Pop, rock, rap, metal, fusiones -que incluyen vallenatos, cumbias, currulaos, y que cada uno bautiza como mejor le parece-, punk, y hardcore.
POR RICARDO DURÁN | 23 Aug de 2016
Todo eso conforma solo una porción del gigantesco espectro musical que ofrece una Colombia tan rica en sonoridades que resulta difícil de plasmar en el contenido de 25 álbumes. Sin embargo, el esfuerzo ha valido la pena; y hoy se justifica más que nunca en un entorno enrarecido por la tiranía de los likes y las reproducciones en YouTube. El álbum lucha por su vida entre lyric videos y sencillos desperdigados. Por eso hemos reunido a un buen número de personalidades que se mostraron dispuestas a votar para escoger algunos de nuestros discos esenciales. El resultado es una pequeña, pero significativa, muestra de ese país pluriétnico y multicultural que proclamó nuestra Constitución en el 91. Hoy, 25 años después de esa promulgación, queremos hacer visible el trabajo de los músicos que han sabido reflejar lo que es esta tierra, lo que somos, para bien o para mal. La idea no fue nunca entrar en las subjetividades de “el mejor”, sino apuntar a la trascendencia, a esos discos que han marcado nuestras vidas, y que debemos defender ante el olvido y el embate de lo efímero. Lejos de llegar a un punto culminante, el debate apenas empieza, y eso es justamente lo que necesitamos ahora, cuando soñamos con que las ideas ocupen el lugar de los fusiles. Un debate respetuoso como nuevo punto de partida. En todos los hogares colombianos ha sonado al menos uno de estos discos; sus canciones nos unen, sin importar cuánto nos gustan. Por eso hay que recordarlos. Estas 25 producciones simbolizan los sonidos de la etapa más convulsionada de una historia que sigue buscando algo parecido a un final feliz.
1. El Dorado
Aterciopelados
1995
‘Cuando vi que el rock colombiano era viable fue en el concierto que hicieron Caifanes y Aterciopelados en la Plaza de Toros en el año 95. Fue la primera vez que vi al grupo colombiano en igualdad de condiciones; nunca había visto que les dieran la misma importancia que al grupo extranjero. Me sorprendió porque pensaba que la gente solo se iba a saber Bolero falaz, pero no, el público cantó todas las canciones de Aterciopelados”. Son las palabras de Eduardo Arias, uno de los periodistas más reconocidos y respetados del país. Y las cosas ocurrieron tal como él las describe. El Dorado cambió para siempre el panorama y convirtió a Andrea Echeverri y a Héctor Buitrago en figuras de primer orden para la música nacional. Habían impuesto una estética única, rescatando elementos propios de nuestra cultura popular para amalgamarlos con lo que nos llegaba de afuera. “Piensa global, actúa local”, eso fue exactamente lo que hicieron al convertirse en representantes internacionales de un fenómeno que se había incubado entre los bares insalubres, los parques abandonados y las casas asustadas de un país que convulsionaba.
El Dorado apareció en los maravillosos años de MTV Latino, y su espíritu coincidió con una profunda sacudida que las nuevas generaciones no reconocen fácilmente. Fue una pequeña revolución que nos quitó la vergüenza de ser latinos, morenos, folclóricos e hijos de países en vías de desarrollo. Eso somos, y puedes irte si no te gusta, como muchos que se largaron. Bandas como Los Fabulosos Cadillacs, Café Tacvba, Caifanes y Aterciopelados, provocaron un terremoto que puso las cosas en un lugar que nos aceptaba sin tantos complejos. Sus videos no pretendían mostrar el oropel de nuestras agridulces capitales; mostraban pollerías, murgas callejeras, buses viejos, mercados coloridos y crímenes de estado. Además sonaban a América Latina, a la de verdad, no la de South Beach.
Sueños del ’95 evocaba aquellos calendarios en los que divas noventeras como Angie Cepeda y Viena Ruiz fascinaban con sus bikinis; Candela era el erotismo del trópico infectado por la distorsión; hoy Colombia conexión (con su chovinismo inocente) se hace extrañar cada vez que Jorge Celedón lanza un nuevo alarido patriotero; ¡Pilas! dispara una ráfaga de metralla punk para denunciar la repugnante limpieza social en los barrios marginados y los cadáveres tirados en el Cerro de Guadalupe; La estaca es música para poguear en una cantina y saltar desde un bulto de papas; El Diablo se caga de la risa, con un poquito de miedo, ante la sociedad medieval y camandulera que quisiera eternizar el Procurador Ordoñez; Si no se pudo, pues no se pudo es un funk noventero que celebra el sagrado derecho a la resignación; y Siervo sin tierra es bambuco que rescata la novela de Eduardo Caballero Calderón para cantar en la calle el dolor de la montaña arrebatada a sus verdaderos dueños.
A finales de 2013, hablando con Rolling Stone, Héctor Buitrago hizo un poco de memoria: “Después de grabar el primer disco, que fue un poco a la lata, en un estudio que no estaba preparado para grabar batería —y por eso la batería era programada—, ya tuvimos más presupuesto para hacer El Dorado con un productor. Bolero falaz surgió porque con el guitarrista, Charlie Márquez, habíamos mirado unos acordes y después yo escribí un coro basado en experiencias personales con Andrea. Nosotros ya habíamos terminado la relación que habíamos tenido durante dos años. Entonces yo tenía lo de “que si vengo / que si voy”; me senté con ella y me dijo: “Yo solo me sé estos acordes que me enseñó mi mamá’, y empezamos a desarrollar el resto de la letra a partir de ahí. La parte final de la canción es una burla a todos esos melodramas que se arman en las parejas”.
Una evidencia indiscutible de la relevancia de El Dorado apareció a finales de 2015, cuando —para celebrar los 20 años de su publicación— la Fundación Barrio Colombia lanzó al mercado un disco tributo en el que artistas como Carlos Vives, Kevin Johansen y Enrique Bunbury, entre muchos otros, reinterpretaron todas las canciones del LP.
Los Aterciopelados no fueron los únicos, no fueron los primeros, pero sí le dieron a nuestro rock un alcance que nadie imaginaba, y lo hicieron con una lucidez irrefutable, un carisma único y una contundencia que aún conservan.
2. La muerte… un compromiso de todos
La Pestilencia
1988
Hoy este disco suena tan atroz como en 1989, y ese es el mejor cumplido que puede recibir. El primer gran LP de nuestro punk destapó las alcantarillas del recatado rock nacional, y reveló todo el horror de una realidad en la que nadie llamaba las cosas por su nombre. Aquellas canciones beligerantes surgieron de la amistad musical entre Héctor Buitrago, un punk bogotano con alguna reputación gracias a su banda Brigada Criminal, y Dilson Díaz, un punk paisa que llegó a Bogotá con unos cuantos casetes mal grabados. El encuentro sucedió después de que Buitrago escuchara una emisión del programa La Nave Rockosa de Radio Fantasía, en la que Díaz participaba como invitado. Poco después, La Pestilencia ya existía. La alineación fue completada por el guitarrista Francisco Nieto y Jorge León Pineda, un experimentado baterista de jazz y pop. Este último fue el instigador de la grabación en estudio, contactando a los veteranos Arturo Astudillo (Los Flippers) y Guillermo Noriega para sacar adelante la producción. “Hicimos una ‘vaca’, y entre todos pagamos el estudio, la mezcla, masterización e impresión de los discos”, recordó Pineda para Rolling Stone. En principio el disco fue distribuido en las casetas de discos de la Calle 19 en Bogotá, un punto de encuentro esencial en la historia del rock nacional. “El acetato lo vendíamos a $1900”, recuerda Dilson. Canciones como Fango, Sicarios, Olé y Vive tu vida supuraban una crudeza tan vehemente desde los instrumentos y las letras, que la leyenda urbana de La Pestilencia atravesó barrios de todas las clases sociales y cautivó un público que se extendía del punk, al hardcore, al metal y todas las variables del sonido pesado. Tras lanzar este álbum emblemático, la formación original solo hizo un concierto en Pereira; Héctor y Jorge abandonaron el barco. Si bien la banda tendría otras alineaciones mejor acopladas y entregaría álbumes musicalmente más elaborados, todas las generaciones están de acuerdo en que este es el más importante de todos. En algunas ocasiones el primer amor también termina por ser el más ruidoso y tantos años después, este debut de rock bastardo, sigue haciéndonos doler los oídos tanto como siempre.
Carlos Vives
1995
L uego de triunfar con ‘escalona’, carlos Vives presentó el proyecto de Clásicos de La Provincia a una disquera (conocida entre algunos músicos como “la ceba esa”), y en aquel entonces les pareció un disparate. ‘Modernizar’ el vallenato no pintaba como un buen negocio. El cantante/actor se fue para Sonolux, donde sí le pararon bolas. El disco fue un éxito indiscutible, a pesar de la urticaria que produjo entre los puristas. Fue un fenómeno tan grande, que le dio carta blanca a Vives para su siguiente producción, que empezó en una finca en Cundinamarca. Allí Iván Benavides se echó en una hamaca mientras todo el mundo trabajaba, y solo se levantó para mostrar lo que se había gestado en su cabeza: era la canción La tierra del olvido. Aquí uno siente la tentación de decir que el resto es historia, pero es mejor resistirse porque aún tenemos espacio.
Este álbum se destapa con unos golpes de batería a cargo de Pablo Bernal, que no llevaba mucho en la banda, y tenía la responsabilidad de demostrar que un fan de Rush también era capaz de medírsele al folclor. “Fue muy complicado porque yo no tenía ni idea. Carlos y ‘Teto’, muy inteligentemente, escogieron a alguien que no sabía, precisamente para ver cómo lo iba a tocar.
Si hubieran escogido a uno que tocara cumbia, habría resultado igual a cualquier otro grupo. Al principio yo estaba más perdido que Adán en el día de la Madre”. Ocampo y ‘El papa’, que junto a Benavides dirigían la búsqueda musical, le ayudaron a ver el camino que llevó a la creación de unos patrones rítmicos que hoy siguen siendo reproducidos por cientos de músicos colombianos.
Clásicos de La Provincia vendió más discos, pero La tierra del olvido fue, y sigue siendo, un punto de quiebre para la nuestra cultura, aunque a muchos les cueste aceptarlo. Era la banda perfecta, en el momento indicado y las canciones ideales, por eso el resultado fue un disco cuyas canciones aún representan los momentos más emotivos de esos enormes conciertos. En estos días de sencillos efímeros, Vives ha dicho: “Para mí hay algo especial en hacer un álbum; poder contar un cuento, la vida del álbum, la puesta en escena, todo el proceso. Yo creo en eso”. Él sigue creyendo, y Colombia también.
4. Kraken II
Kraken
1989
‘Era emocionante ver cómo kraken rompía los esquemas y abría caminos como un titán; todos soñábamos con ser como ellos: cantar como Elkin (Ramírez), tocar la guitarra como Hugo (Restrepo) y Richi (Ricardo Posada)”, recordaba Juanes para Rolling Stone hace unos meses. Y es que desde que apareció el primer sencillo de Kraken en 1986, no solo fue su vida la que cambió para siempre, sino la de todo el rock nacional. Kraken I (1987) se apropiaba del hard y el heavy de manera tan mística y articulada como cualquier gran banda extranjera. Es indiscutible que Escudo y espada o Todo hombre es una historia eran inmensas, himnos en su propia ley. Pero el sinsabor quedó tras una grabación que no estuvo a la altura de sus ambiciones musicales. El desquite llegaría bajo el título de Kraken II. El guitarrista fundador Ricardo Posada se retiró, pero la buena fortuna trajo a Victor García como teclista, ingeniero y productor para trabajar sobre las nuevas canciones. El contrato con Codiscos indicaba que el segundo larga duración debía ser grabado en los indeseables estudios del sello, pero la banda se las arregló para llevar la operación entre marzo y abril de 1989 a Midi Mix (en otras palabras la casa de García), un lugar con recursos más apropiados para cumplir la misión.
Las composiciones rompían la métrica del heavy metal clásico, bifurcándose en ejercicios progresivos y melódicos exquisitos como Palabras que sangran y Camino a la montaña negra. Aunque la mayoría del material tomaba una dirección instrumental diversa y vertiginosa, no era el caso de la primera canción escrita para esas sesiones, tal vez la más sencilla de todas y ciertamente la más grande en la historia de este incansable proyecto musical. Vestido de cristal surgió de un riff de Restrepo, claramente inspirado en Is This Love, de Whitesnake, sobre el que Ramírez terminaría contraponiendo los versos y consiguiendo la balada definitiva del rock nacional, que llegaría para quedarse en la radio hasta alcanzar el número uno por lo menos en 10 ciudades del país. A casi tres décadas de su edición original, el hechizo de esa canción y el impacto de este disco parecen estar más lejos que nunca de quebrarse en silencio.
La Etnnia
1995
Los hermanos pimienta —kany, ata y kaiser— eran apenas unos muchachitos cuando lanzaron su primer álbum, pero llevaban ya una década inmersos en la cultura del hip hop. Películas como Wild Style (1983) y Beat Street (1984) los habían puesto a girar sobre sus cabezas; fueron B-boys de los que se desafiaban en sus Konkers frente al Teatro Embajador en el centro de Bogotá. Pasó el tiempo y crecieron para abandonar las contorsiones y el nombre de New Raper Breakers. Entonces tomaron los micrófonos, los aerosoles y la delantera. Paradójicamente, tenían un programa de radio (Al otro lado de la niebla) en la emisora del Batallón Guardia Presidencial, y llenaron los muros con advertencias: llegaba El ataque del metano. Hicieron la preproducción en su casa, y todo el proceso se financió con las utilidades que arrojaba Homeboy, un bar que tenía Kany —el emprendedor— en La Candelaria. De los estudios Sincrosonido salieron con un casete de distribución furtiva que se propagó como el gas, y el éxito los obligó a prensar discos compactos. No fueron los únicos, pero fueron más lejos.
El disco definió el camino temático para las historias de La Etnnia; pandillas, violencia, tráfico de drogas, limpieza social y brutalidad policial sobre unos beats que —a pesar de las limitaciones técnicas de la época— ayudaron a inaugurar una nueva ruta. Samplers de salsa que rendían tributo a Héctor Lavoe y su Juanito Alimaña, vientos ancestrales y balazos, muchos balazos, se cruzaron con los golpes del hip hop para construir una obra de enorme relevancia.
En esa época los acompañaban Zebra y Fonxz, que ya no están. Aunque una fiebre pasajera hizo que las disqueras buscaran a la banda de Las Cruces, ellos establecieron una filosofía lírica, un estilo propio y una ética de autogestión infranqueable: “Hubo disqueras multinacionales que nos hicieron propuestas, pero querían manejar el mensaje, que saltáramos y nos vistiéramos de colores. Nosotros no lo aceptamos. Decidimos trabajar desde la independencia para tener control sobre las líricas, sobre nuestra producción. Eso es lo que nos ha llevado a no perder el horizonte y a construir un nombre”, dijo Kany cuando estuvieron en la portada de Rolling Stone en 2015.
1280 Almas
1993
“Yo grité ‘¿Quién mató a Gaitán?’, cuando en realidad fuimos tú y yo”, canta el mismísimo Satanás (con la voz de Fernando del Castillo) en Simpati (Sympathy for the Devil), el cover de los Stones escogido para cerrar este disco. Ref lejando con maestría el sancocho cultural que es nuestro país, las Almas revolvieron ska, punk, salsa, rock, reggae y canciones infantiles, ofreciéndonos un plato caliente y sustancioso, en el punto perfecto de crudeza. La primera entrega llegó en forma de un casete que nos recibía con la bronca incontenible de Soledad criminal, y echó a rodar una bola que creció y creció, atrapando fanáticos por todas las localidades de Bogotá. Háblame de horror evidenció las inquietudes intelectuales, políticas, sociales y fiesteras de un grupo de amigos que empezó a gestarse en el colegio Inem de Kennedy, y se consolidó en la Nacional.
Muy pocas veces le han cantado a la esperanza; sin embargo, su mirada escéptica y descarnada siempre ha dado espacio para los gritos de “¡Alegría!”. La beligerancia e independencia han sido el motor de la banda; del Castillo dijo a Rolling Stone: “Si uno puede preservar esa dignidad, mucho mejor, ¿por qué no? Ya hace rato sabemos que el dinero no fue el derrotero; que sea la dignidad”.
7. Contacto
Compañía Ilimitada
1988
Desde finales de los 70, Juancho y Piyo venían tocando como Compañía Ilimitada, pero tras el EP El año del fuego (1985), y gracias a su empeño por tocar música propia en cada rincón que se los permitiera, lograron hacer historia. Contacto fue su LP debut para CBS, y aunque fue grabado en Miami, reflejaba la búsqueda de un sonido, no necesariamente autóctono, pero sí honesto y casi propio. “Al sur de esta ciudad existe otra ciudad”, cantaban en Siloé, señalando de dónde venían y la necesidad de superar las divisiones sociales y sonoras. Siempre estaré y La Calle también trascendieron barrios y localidades, sintonizadas con un anhelo presente tanto en el norte como en el sur: tener estrellas locales, y cantar himnos propios. Y justamente eso fue lo que sucedió durante la idílica tarde del 17 de septiembre de 1988 en el Concierto de Conciertos; mientras Compañía se presentaba en El Campín, por un momento pareció que existía una sola ciudad, y que la música podía transformar la realidad.
Varios (Banda sonora de la película)
1988
El director víctor Gaviria intentó con música clásica, las composiciones tradicionales que sirvieron como primera banda sonora de Rodrigo D. No Futuro, simplemente no funcionaron. No tenían nada que ver con el universo que retrataba Rodrigo D. un mundo marginal en el que un joven sin futuro se obsesiona por conseguir una batería. “Ser músico, punkero o metalero, representaba una suerte de salvoconducto que nos eximía de involucrarnos en la dinámica violenta de la ciudad”, dijo Ramiro Meneses a Rolling Stone. La idea de reunir 10 bandas de punk y metal fue un homenaje al poder de la música, a su capacidad para salvar vidas, incluso en los contextos más desesperanzadores.
Las canciones de Pestes, Mutantex, P-NE, Amen, Ekrion, Agressor, Profanación, Dexkoncierto, Blasfemia y Mierda han corrido una suerte distinta a la de los protagonistas; nueve de ellos sucumbieron ante la violencia de una ciudad en llamas. La película ha sido cuestionada (pornomiseria, dicen algunos), y su música sigue lastimando.
Estados Alterados
1991
A mediados de los 80, Gabriel ‘Tato’ Lopera tocaba un piano Yamaha del que nacieron El velo y Muévete, las primeras canciones que grabó Estados Alterados con la ayuda de Víctor García. Aquel sencillo empezó a circular en las emisoras de todo el país, y Muévete se convirtió en un gran éxito. Sonolux se le midió a grabar un álbum de tecno paisa, que en esos días era algo impensable. Medellín, en medio de ráfagas de Uzi y bombazos, era la capital de punk y el metal. La banda —integrada por Carlos G. Uribe (Mana), Tato, y Fernando Sierra (Elvis)— tenía todas las canciones listas para entrar al estudio cuando la tragedia decidió llevarse a Mana. Aunque los temas no cambiaron mucho en la grabación —en la que contaron con Ricardo Restrepo como nuevo baterista— la desgracia marcó el espíritu y los tonos de un disco que sonaba como si se hubiera hecho en otra época y en otro lugar, un referente que fijó estándares muy altos para todo lo que estaba por venir. Tato aún conserva aquel piano.
Superlitio
2003
Fueron a tocar a EE.UU. en su Gimme One Dollar Tour. En L.A. conocieron a Cielo Music, que se interesó por la banda. Luego fueron invitados a tocar en Nueva York, pero llegaron dos horas antes de que cayeran las Torres Gemelas. En medio de mil peripecias regresaron a Cali para trabajar en las ideas surgidas en la travesía gringa; ahora tenían un contrato discográfico y escogieron como productor a Tweety González (reconocido por su historia con Soda Stereo). Tripping Tropicana se hizo en Los Ángeles, y el producto fue un sofisticado campanazo que advirtió sobre muchos sonidos que estarían por llegar. Con el disco disponible en medio mundo, Qué vo’ hacer rotando en MTV, y una nominación al Grammy Latino, la gente en Colombia tenía que acudir a Amazon o buscarlo debajo de las piedras. La relación con la disquera se deterioró y ese amargo proceso trajo un aprendizaje enorme acerca del negocio de la música. Hace más de 10 años, este disco trajo el sonido de un futuro que hoy podemos escuchar.
11. Estalla
Bomba Estéreo
2008
El calentamiento global de la nueva música colombiana encontró aquí uno de sus detonantes. Estalla mostró al proyecto de Simón Mejía transformándose en una banda incontenible. La cantante samaria Li Saumet había puesto su voz en Fuego del EP Vol. 1 (2006), pero aquí la regrabaría como parte integral de BE, convirtiéndola en un hit transnacional. Con su fraseo de cantaora freestyle, registró el ADN sonoro del Trópico 2.0 para siempre. Con una acojonante exploración de electrónica, cumbia, hip hop, champeta, dub y tantas cosas más, las canciones del álbum encontraron su balance propio entre aguerridos gritos de fiesta (Feelin’) y cadenciosos llamados de conciencia (Música acción). Todo esto afianzó la reputación local de Bomba Estéreo y sacudió el lenguaje del world music en medio de la apertura digital. En Raza, Saumet celebra sus orígenes y expresa el deseo de que su música llegue a otros continentes. Después de Estalla han seguido erigiendo su discografía sobre estos dos pilares.
12. Ultrágeno
Ultrágeno
1998
12“debía tener la libertad del punk, la actitud del rap, y ser tan agresivo como el hardcore; una mierda que pudiera despertar a la gente”, así define el guitarrista Andrés Barragán lo que buscaban con Ultrágeno. Tras haber probado a más de 30 cantantes llegó Amós Piñeros, que había dejado a Catedral, y aportó la extraña sonoridad de su violín, además de un importante número de seguidores para los caóticos y sudorosos conciertos de su nueva banda. Al tocar por todas partes, de Villa de Leyva hasta el barrio Kennedy, estos cuatro muchachos de clase media alta inspiraron a montones de músicos y melómanos con una música rara, cruda y sin florituras, lanzando un mensaje contestatario (fecundado en parte por Rage Against The Machine) que hoy mantiene su validez, aunque parezca ingenuo. “Gabriel García, que era el dueño de Hormigaloca, estaba bien con las Almas, pero quería hacer algo más; le gustó Ultrágeno y dijo: ‘Saquemos el disco’”, recuerda Barragán. Ese álbum terminaría dando origen a una pequeña secta que permanece viva en muchas de nuestras conciencias. Una banda de culto como muy pocas.
13. More grip
Sidestepper
2000
richard blair trabajó junto a Iván Benavides en La tierra del olvido, y reconoció en él una sorprendente capacidad para escribir grandes letras (Carlos Vives ha descrito a Benavides como “mi maestro en esto de componer canciones”). Por eso le pidió que fuera su socio creativo en Logozo y More Grip. “Al principio lo tomamos a la ligera. Decíamos: ‘Esto suena a salsa, y como suena a salsa vamos a poner a los cantantes a repetir: gózala, gózala…’”, confesó Iván a Rolling Stone en 2006. More Grip reunió a un combo tremendo: Janio Coronado, Andrea Acheverri, Juan Carlos Rivas, Teto Ocampo, Roberto Cuao y Tico Arnedo, por mencionar solo algunos. Gustavo Moreno, de MTM ha dicho que el álbum resultó “de las experimentaciones que venía haciendo Richard sobre los beats de la música colombiana, y que había comenzado en Logozo. En ese momento no había empezado el furor por la cumbia, y se vivía un renacer de la salsa como movimiento. Aunque es un disco rumbero, da gusto tomarse el tiempo de escucharlo con atención”.
Aterciopelados
1993
Tenían clara la fórmula de un hechizo efectivo y la derramaron en su primer trabajo. La receta: “Siete clavos, agua bendita, lágrimas de selva virgen” y quince tracks llenos de lo que Fernando Pava describe como el “veneno punk detrás de la mejor banda de rock colombiana de todos los tiempos”. El Tiempo en 1993 reseñó; “La música de Aterciopelados tiene un poco de noticia mañanera, paseo en buseta y visita al indio amazónico: es rock colombiano de verdad”. El rock de un país que nunca había visto gente así en sus medios masivos; ‘la gente bien’ creía que el ‘sumercé’ era propiedad exclusiva del país rural y solo apreciaba —muchas veces sin saberlo- el kitsch de los gringos—.
Sonaban terriblemente, pero esas limitaciones le dieron identidad a lo que hacían. Eso había, y con eso lo lograron. No tuvieron que irse a Miami. El punk local llegó por primera vez a la radio comercial en horarios decentes, lo hizo con Mujer Gala, que fue grabada con las uñas en los estudios de la Universidad Javeriana, y ocupó el puesto 15 entre las grandes canciones nacionales para Rolling Stone en 2013. Sortilegio, también de este álbum, figuró en la posición 43.
15. The Speakers en el maravilloso mundo de Ingesón
The Speakers
1968
No fue el primer disco de rock colombiano, pero fue pionero de muchas otras formas: acá nunca se había hecho una exploración sonora tan ambiciosa; Fiorilli, García y Monroy entendieron —como los Beatles y otros genios de la psicodelia— que el estudio es mucho más que un mecanismo de registro sonoro, y que podían utilizarlo para crear universos sorprendentes. El trío dejó atrás el espíritu adolescente que dominaba el rock nacional en aquel entonces, se lanzó en una de las aventuras musicales más atrevidas de nuestra historia (el arte del disco también mandó todo al carajo, elevándolo a la categoría de ‘objeto’), y afrontó temáticas sociopolíticas que hoy mantienen casi toda su vigencia, siendo Si la guerra es buen negocio, invierte a tus hijos, el mejor ejemplo de ello. A un par de expresidentes les serviría mucho la reedición publicada por Salgaelsol en 2007. Un disco cuesta menos que un fusil, y ningún fusil merece un lugar en la historia. “¿Hasta cuándo seguirás siendo tan estúpido?”, pregunta la canción.
16. Niño gigante
Ekhymosis
1992
En sus primeras entregas independientes —el sencillo Desde arriba es diferente (1989) y el EP De Rodillas (1990)— Ekhymosis se acercaba a Metallica, y compensaba con ferocidad sus carencias técnicas. En Niño gigante, las cosas habían cambiado. La forma y el fondo de estas canciones era más ambicioso; Ekhymosis sonaba bien preparado para asumir su propio reto, encontrando una identidad personal en los solos pirotécnicos de guitarra, los vertiginosos cambios rítmicos y las letras llenas de desaliento. Aunque bandas como Testament o Annihilator habían pasado por instancias sonoras similares, nadie había conseguido darle un buen color local por estos lados. Y claro, tampoco habían grabado una balada que sonara todo el tiempo en la radio y vendiera miles de discos. Eso lo consiguieron con Solo, que recuerda en principio al Home Sweet Home, de Mötley Crüe. Sus tres álbumes siguientes también lograrían lugares privilegiados en las estanterías, pero abandonarían categóricamente el metal, entregándose al pop latino.
17. Orden público
Hora Local
1991
“cuando acabamos le dije a David Drezner [de Ingeson] que me llevaba las cintas, y dijo que allá iban a estar en las condiciones perfectas de temperatura, y que allá estaban las máquinas para cuando quisiéramos hacer algo con ese material”, recuerda Eduardo Arias. Sin embargo, cuando fueron a reeditarlo como parte de Soluciones para todo menos para los problemas (MTM, 2007), Arias llamó al estudio y le dijeron que “en Los Ángeles se botan las cintas; yo no sé si en Abbey Road ya botaron las cintas de los Beatles…”. Tuvieron que trabajar con vinilos sin estrenar. Orden público apareció en el ocaso del “rock en español”, un fenómeno inventado por disqueras, políticos y periodistas. Sus canciones son ácidas, espejos de la absurda realidad nacional que definen el verdadero espíritu del rock bogotano. Aunque sonaban a new wave y a la Movida Madrileña, sus letras hablaban de Gaviria, Choachí, Patio Bonito y maniquíes en Chapinero. Es un clásico muy apreciado por gente como Carlos Vives y Aterciopelados.
18. Pies descalzos
Shakira
1995
shakira conoció a Ochoa cuando grabaron ¿Dónde estás corazón? para la recopilación Nuestro rock (1995). Esa fue la primera de tantas colaboraciones con el productor, y determinó el rumbo de Pies descalzos. El álbum presentaba a Shakira encontrándose con su voz de cantautora a través de material mucho más aplomado y personal. Este álbum, que publicó con 18 años de edad, se convirtió en la obra que definiría su carrera. Las composiciones muestran una reacción sincera ante las novedades que se abrían en su vida, y la radio local se rindió ante sencillos como Estoy aquí, Un poco de amor y Antología.
19. Un día normal
Juanes
2002
‘Fíjate bien’ fue un éxito indiscutible, pero el segundo disco de Juanes como solista alcanzó un nivel de popularidad casi perturbador. Sencillos como A Dios le pido, Mala gente, Es por ti o La paga, sonaron hasta enloquecer a fanáticos y detractores durante casi dos años. Gracias a un carisma arrollador, a su particular sonido y la gestión del mánager Fernán Martínez, Un día normal vendió literalmente millones de discos, y Juanes ocupó las primeras planas de los periódicos con sus brazos repletos de gramófonos. Sin este triunfo previo, La camisa negra no habría alcanzado el lugar al que llegó.
20. Bombea
Dr. Krápula
2005
La masividad llegó cuando la banda se involucró fuertemente con temas sociales, políticos y ambientales. Según David Jaramillo (bajista), a comienzos del milenio la banda vio “venir como una dictadura, una cosa horrible, la intención de imponer un modelo económico que beneficia a los escogidos por una élite vinculada al paramilitarismo y a las mafias”. Bombea muestra a la banda alzando la voz, con una producción que Mario Muñoz (voz) definió como “más frentera, que denuncia sin miedos”, y los llevó ante una audiencia muy amplia, alejada del nicho del ska, que no estuvo muy contento con el triunfo de El pibe de mi barrio. Los conciertos en pequeños bares fueron quedando atrás, y su antiguo círculo los criticó sin contemplaciones, pero las puertas se abrieron de par en par. Para todos todo, y La fuerza del amor, siguen enloqueciendo a su público más fiel.
Bloque de búsqueda
1996
Esta disidencia de La Provincia contó con la complicidad de Carlos Vives. Tras el éxito de Clásicos de La Provincia “Carlos tenía en sartén por el mango”, dice el teclista Carlos Iván Medina, así logró infiltrar parte de su equipo en Sonolux y publicar los discos de Sofía Pulido, Distrito y Bloque de Búsqueda. Este último rompió a patadas las barreras y abrió caminos que hoy se transitan con plena libertad. “Yo creía que amaba la música, pero a partir de eso la amé mucho más”, dijo a RS Mayte Montero. Cualquier músico colombiano que se precie de serlo, se quita el sombrero ante esta obra maestra.
22. Génesis
Génesis
1974
El asentamiento de los hippies, a principios de los 70, encontró a Humberto Monroy dejando a Los Speakers y gestando un cruce entre nuestro altiplano y la épica de Jethro Tull. Con un inquieto grupo de músicos se afincó en un terreno que permitía un cover de Cat Stevens (Cómo decirte… se convirtió en un éxito, antecedente de la versión de Compañía Ilimitada), e indagaciones sobre el folclor andino (Don Simón, Vasija de Barro) desde la sensibilidad contemporánea. Este Génesis con tilde y sin Peter Gabriel fue el comienzo de algo esencial, punto de partida para tantas fusiones que estarían por venir.
23. La derecha
La derecha
1994
Mario duarte, hijo de un ministro cristiano, tomó el mal camino, en el mejor sentido de la palabra. Gracias a Dios. Junto a su hermano Josué (baterista), Francisco Nieto (guitarrista de La Pestilencia), Juan Carlos “Chato” Rivas (bajista de casi todo el mundo), y Carlos “Panelo” Olarte (desaparecido percusionista que también pasó por BajoTierra), fundó La Derecha. Su primer álbum es tan sucio y oscuro como nuestra ultraderecha conservadora e hipócrita. El sonido de este debut (con Richard Blair en los controles) es espeso y pegajoso, perfecto para acompañar una peligrosa caminata nocturna; su rock bastardo y mestizo fue el vehículo que llevó a canciones como ¡Ay, qué dolor!, Laguna azul y Lola al estatus de himnos para una generación que se había despertado a los golpes.
24. Somos Pacífico
Chocquibtown
2006
En abril de 2006 los cubanos de Orishas fueron teloneados por Chocquibtown. Casi nadie los conocía, y la sorpresa fue grande. El repertorio fue básicamente el de Somos Pacífico, su debut. A partir de ahí han sido imparables: han ganado un par de Grammys y tocado en todo el mundo; pero el punto de partida estuvo ahí —que nadie lo olvide— cuando nos gritaron en la cara que el Chocó también existe.
25. REQVIEM
Masacre
1991
Desconcertante, violenta, desesperanzada, escabrosa… todos adjetivos perfectos para la Colombia de 1991 y la música de REQVIEM. Este fue el primer gran álbum de metal extremo hecho aquí, y la clave para todos los que vendrían. La banda —con los gruñidos de Alex Oquendo y el bajo de Dilson Díaz— fue al límite en la ejecución. Aunque no fue profeta en su tierra de inmediato —lo prensó el sello francés Osmose—, supura un dolor que no podría ser más local.